Veo la cara de las personas que me rodean y sucede algo muy extraño, una sensación de estar viendo su rostro por primera vez, miro como se mueven sus labios y los detalles de su piel, su cabello, su nariz y sus ojos con toda la tristeza y el cansancio alrededor de ellos. Día tras día vuelve a ocurrir; no sé si afortunadamente, pero he encontrado una manera de saltarme esa nueva sensación, hacer lo que sé, ver sin mirar, hablar en automático y sonreír cuando no encuentro que contestar.
Todo mundo parece tan lejos de mí y cuando trato de acercarme me agoto rápido, me detengo y busco descanso. Porque jamás podré volver a ser la persona que nunca fui, y porque, así como me aterra el futuro el pasado lo hace todavía más, soy cobarde, egoísta y detestable. Hoy mi pasión está tendida, agotada y dispersa, mis ojos están llenos de velorios, así como mis recuerdos de cosas que no sé decir si son tristes o demasiado felices.
Quizás el mayor problema es que sigo aquí cuando desde hace tiempo tendría que haberme ido, vivo con tiempo prestado, endeudado y sobreforzado, la sobre marcha de seguir irónicamente me mata, me mutila muy despacio pedacito a pedacito. Pero nada pasará, no pretendo ceder, hoy no.

Autor: Roberto González Rivera

