El Abrazo Infinito

El momento había llegado; el destino marcaba la hora de la despedida. Se miraron en silencio durante unos segundos, inhalando profundamente, como si el oxígeno en la habitación apenas alcanzara. Empezaron a hablar, esbozando una tierna sonrisa que quedaría incompleta y ahogada por un profundo y amargo llanto, de esos que se sienten fuertes en el estómago, que quitan el aire y lastiman los ojos. Un llanto como el de dos niños que buscan consuelo y no lo hallan.

Se abrazaron con la fuerza de quienes saben que ese contacto será todo lo que les quedará. Sus manos temblaban, el sudor bañaba ambos cuerpos, y el mundo se convertía en un fondo borroso, un escenario difuso que había dejado de importar.

Respiraron juntos, sintiendo la cercanía como una agonía dulce. La realidad se imponía, algo dentro de ellos se rompía, se desgarraba yendo adherido al otro. La respiración y la fuerza del abrazo decían más de lo que cualquier palabra podría expresar.

Siguió un adiós que jamás se pronunció. Las nubes cubrieron la luna y, desde ese momento, poco a poco, volvieron a ser dos extraños, como dos hermanos perdidos que jamás se encontraron.

Autor: Roberto González Rivera

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