Iba al estacionamiento, creo que para mi tercer o quinto cigarrillo. Y entonces, de repente, te vi. Sabía que no podías ser tú, que era imposible, pero algo en esa forma de moverse, en cómo miraba, me hizo recordarte. Me quedé parado, sin saber qué hacer, como si el suelo se moviera debajo de mí, y en ese momento sentí como si estuvieras ahí de verdad, aunque claramente no fuera cierto.
No era justo. No es justo. Ese alguien, ese nadie, trajo de vuelta todo lo que ya había decidido olvidar, todo lo que quedó colgado en el aire entre nosotros. Nunca entendí qué pasó, pero ahí estabas de nuevo, aunque no eras tú.
Hicimos tanto, pero nada fue suficiente. No dejamos huella ni cerramos nada. Nos despedimos en el silencio más incómodo. Aun así, aquí estoy, buscando en cada rincón lo que nunca voy a encontrar, pensando que tal vez hubo algo que me perdí, algo que no escuché o que no supe ver cuando aún había luz.
Y sigues yéndote, cada día, cada vez más lejos, pero siempre de una manera distinta, como una herida que no cierra, como si no tuvieras la decencia de desaparecer del todo, ni yo el valor de olvidarte.
Y aquí sigo, en el hueco que dejó todo lo que no fue.
Autor: Roberto González Rivera

