“Es su Humor”: Cuando el Machismo Tiene Aliadas

Uno pensaría que, en temas de acoso, las mujeres se apoyarían entre ellas; que al reconocer la complejidad de la situación, serían las primeras en brindar respaldo a una víctima. Sin embargo, en muchos casos, la realidad es más decepcionante. Muchas mujeres son las primeras en dar la espalda o, peor aún, defender al acosador, justificando conductas soeces y groseras con argumentos tan poco sólidos que más parecen un guion de comedia de mal gusto. “Es su amigo,” “es su humor,” y “una como mujer pone los límites” son solo algunas de las frases que las convierten en cómplices, sin siquiera darse cuenta.

«Es su amigo»: el pacto de la amistad malentendida

Quizá una de las excusas más comunes y lamentables que se oyen en estos casos es la clásica “es que él es mi amigo”. De repente, la amistad parece otorgar a algunas personas una licencia tácita para defender incluso lo indefendible. Parece que ser amigo de alguien implica cerrar los ojos y taparse los oídos ante sus faltas, incluso si esas faltas cruzan la línea del respeto y la dignidad. Pero, ¿qué clase de amistad justifica acciones humillantes hacia otras personas? ¿Por qué la amistad anula la capacidad de ver lo que está mal?

La ironía es evidente: estas mujeres, en su intento de defender al amigo acosador, están dispuestas a ser cómplices de conductas que ellas mismas, si fueran víctimas, probablemente considerarían inaceptables. Pero como la afectada es otra, resulta mucho más fácil justificarlo, minimizarlo y, por supuesto, culpar a la víctima.

“Es su humor”: la normalización de la vulgaridad

Otro argumento brillante que se escucha con frecuencia es: “Así es él; es su humor”. Así, de un plumazo, se convierte la grosería y la vulgaridad en una especie de “característica personal” o “toque único” del acosador. ¿Qué importa si el humor de alguien es desagradable o incomoda a otros? Mientras no moleste a quienes lo defienden, aparentemente, todo está bien.

Este razonamiento hace recordar a los niños pequeños que, al no poder expresarse correctamente, optan por hacer bromas de mal gusto. Sin embargo, la diferencia aquí es que estamos hablando de adultos que deberían conocer el límite entre el humor y el acoso. Normalizar estas actitudes bajo el pretexto de “así es él” es una peligrosa línea de permisividad que solo contribuye a un ambiente tóxico. Y lo más inquietante es que no se trata de justificar una broma de mal gusto; se trata de proteger a alguien que cruza los límites de la decencia y, muchas veces, de la legalidad.

“Una como mujer pone el límite”: la falacia de la culpa a la víctima

Esta frase merecería un premio a la lógica torcida. “Es que una, como mujer, cuando pasa algo así, pone el límite”. Es decir, en lugar de responsabilizar a quien acosa, la responsabilidad recae en la víctima. Según este razonamiento, si una mujer no puso “suficiente” límite, entonces, en realidad, la culpa es suya. Aparentemente, cada mujer lleva en sus hombros la responsabilidad de controlar no solo sus propias acciones, sino también las de los demás, especialmente si ese “otro” tiene problemas para reconocer lo inaceptable.

Este tipo de argumento no solo victimiza doblemente, sino que también muestra una profunda falta de empatía. En lugar de reconocer la valentía que se necesita para hablar de una situación incómoda o dolorosa, estas mujeres optan por señalar a la víctima, como si fuera su responsabilidad educar a los acosadores del mundo. Así, bajo la idea de que “una, como mujer, pone el límite”, no solo se perpetúan los patrones de acoso, sino que también se refuerza la idea de que la mujer debe adaptarse a las circunstancias, en lugar de esperar un trato digno.

El peligro de ser cómplice: más allá de la indiferencia

El apoyo que muchas mujeres niegan a otras en situaciones de acoso no solo es triste, sino peligroso. Esas actitudes cómplices son el terreno fértil en el que se desarrolla la impunidad y se justifican comportamientos inaceptables. En lugar de unirse para exigir respeto y decencia, muchas prefieren justificar al agresor y minimizar a la víctima. Tal vez piensan que, de esta manera, protegen sus propias relaciones de amistad. Sin embargo, la realidad es que solo están contribuyendo a la creación de un entorno donde el acoso se normaliza y las víctimas quedan cada vez más desamparadas.

Es hora de dejar de justificar actitudes groseras como si fueran “humor” y de dejar de culpar a la víctima con la absurda idea de que “ella debió poner el límite.” Es momento de responsabilizar a quienes cruzan las líneas y dejar de convertir el acoso en un problema de percepción o en una cuestión de “amistad”. Porque el respeto no debería tener excepciones ni cláusulas especiales, ni mucho menos, excusas tan endebles.

Bibliografía

Ayuso, L., & Coller, X. (2012). Amistades peligrosas: Cómo los vínculos de confianza afectan la percepción del acoso. Editorial Psicoanalítica.

García, M., & Serrano, J. (2018). Humor y vulgaridad: Los límites de lo aceptable en la cultura popular. Editorial Delirio.

Martín, S. (2021). Responsabilidad y género: La lucha contra la culpabilización de la víctima en casos de acoso. Ediciones Sociales.

Ortiz, C., & Reyes, D. (2019). Culpa, cómplices y silencio: La normalización del acoso entre mujeres. Ediciones Críticas.

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