La Inquisición del Lunch: el Nuevo Evangelio Saludable de la SEP

Porque el enemigo número uno del país… es un Gansito

¿Corrupción? ¿Violencia? ¿Desigualdad? ¡Ja! Todo eso puede esperar. México por fin se puso serio y decidió enfrentar su verdadero problema nacional: que un niño se coma una dona en el recreo. ¡Imperdonable!

Por eso, nuestras lumbreras de la Secretaría de Educación Pública, junto con políticos que creen que un taco de frijoles es política pública, acaban de imponer una prohibición federal que haría sonrojar al mismísimo Torquemada: nada de comida “no saludable” en las escuelas. Se acabó la libertad gastronómica infantil. Porque los niños no deben disfrutar la comida. Deben… tolerarla.

¿Y qué es “no saludable”? Todo lo que sabe rico, obviamente

Para los iluminados del nuevo orden alimentario, un alimento saludable es cualquier cosa que parezca castigo. ¿Tiene azúcar? ¡Prohibido! ¿Sabe a algo? ¡Al infierno con eso! ¿Hace feliz a un niño? ¡Multa!

La regla es sencilla: si el empaque tiene un sello negro, automáticamente es equiparable al tabaco, el crimen organizado y la cumbia villera. Esto incluye:

  • Refrescos, jugos, leches con sabor.
  • Galletas, pastelitos, dulces, panecillos.
  • Tamales, tacos dorados, tortas de chilaquiles, y cualquier expresión del alma mexicana.

Y claro, no hay matices: un chocolate artesanal hecho con amor y tres ingredientes lleva la misma marca de la bestia que un pastelito fosforescente con conservadores del siglo XXII.
Porque en México no solo comemos, también moralizamos la comida. No basta con decir que algo engorda: hay que demonizarlo, ridiculizar al que lo disfruta y santificar al pepino como si fuera una hostia bendita.

Porque si algo hemos aprendido en esta cruzada moral, es que la comida no es comida: es culpa o virtud. El yogur natural es redención; el dulce, un pecado capital.

Padres saludables: los nuevos inquisidores del recreo

Hablemos de los padres conscientes, que ahora no solo alimentan, sino predican desde la lonchera. Ellos creen que amar a sus hijos es hacerlos comer arroz integral con nombre en francés, y les mandan almuerzos con quinoa, tofu y culpa.

Son los mismos que te juzgan en la fila de la escuela si tu hijo lleva una barrita de fresa. Y que suben fotos del lunch a redes como si fueran altares de nutrición. Todo muy natural. Muy orgánico. Muy lleno de superioridad moral.

Pero eso sí, el domingo en la tarde se les olvida todo y ahí están, pidiendo pizzas familiares con extra queso y Coca-Cola para todos. Porque la coherencia, igual que el azúcar, es opcional según la hora del día.

Maestros: de pedagogos a policías del snack

Y nuestros queridos docentes… Ah, esos héroes del aula que ahora deben olfatear dulces como sabuesos del FBI. Si tú pensabas que su vocación era formar mentes críticas, no: su nuevo rol es vigilar que nadie tenga una Emperador de chocolate escondida entre las libretas.

Algunos hasta se enorgullecen de “confiscar” frituras. Como si frenar a un niño de 8 años con una paleta fuera una victoria para la patria.

Y cuando les preguntas si saben cuántas calorías tiene un betabel cocido, te recitan cifras con más pasión que cuando enseñan historia. Porque todos llevamos un nutriólogo frustrado por dentro. Y ellos, más.

Políticos: salvadores de la patria, enemigos del pastel

Pero el nivel jefe final del delirio lo tienen nuestros políticos. Esos que, desde su trono de catering gourmet, decidieron que el problema del país es el pingüino Marinela.

Y lo resolvieron con la sabiduría de un coach de vida: “un taco de frijoles es mejor que una bolsa de papas”, dijo alguno, como si acabara de descubrir la penicilina.

Mientras tanto, siguen sin regular la venta de armas, pero ya lograron que el Duvalín tenga menos libertad que un narcotraficante prófugo.

Pero solo adentro, ¿eh? Porque afuera la realidad estorba

Ahora, lo importante: afuera de las escuelas puedes comprar lo que quieras. Porque, mágicamente, el cáncer no cruza banquetas. Afuera están los tamales, las cocas, los churritos, las obleas, los chicharrones…
Y ningún padre saludable se queja.
Porque lo que importa no es que el niño coma bien.
Lo que importa es que no lo vean comiendo mal.

¿Y los niños? Víctimas de la dictadura de la avena

Los verdaderos damnificados, claro, son los niños. A ellos les han robado el derecho a decidir si quieren una fruta o una galleta. Les dijeron que hay dos tipos de comida: la buena (fea) y la mala (deliciosa). Que comer pastel es una falla de carácter. Que un pan dulce te convierte en gordo, y ser gordo es lo peor que puedes ser.
Y eso, sí que es violencia.

Ahora intercambian snacks a escondidas como si fueran cartas de Yu-Gi-Oh.
Se vuelven expertos en contrabando escolar.
Y aprenden, desde pequeños, que la comida trae vergüenza.

¿Eso es salud? ¿O solo otra forma de control disfrazada de preocupación?

Conclusión: libertad o linaza

Prohibir comida no educa. Satanizar alimentos no salva a nadie.
Y reducir la alimentación a un binario de “moral y pecado” es no haber entendido nada del verdadero problema: que en México se come mal no porque haya papitas, sino porque no hay acceso ni educación real para comer bien.

Esta política no enseña a comer. Solo enseña a esconder.
No genera conciencia. Genera culpa.
Y no mejora la salud. Solo limpia la imagen de un gobierno que necesita logros fáciles de vender.

Así que ya lo sabes: si tu hijo lleva un Gansito, prepárate para el exorcismo escolar.
Porque ahora, en las escuelas mexicanas, el azúcar es Satán, el betabel es Dios… y el recreo, una misa sin consagración.


«Dales una manzana, y comerán en silencio. Dales una dona, y pensarán. Por eso le temen a la dona.»

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