La McAstel: belleza jarocha, talento capitalino y un conjuro llamado teatro

Angie McAstel. El evento estético y escénico más importante que le ha pasado al teatro mexicano desde que alguien decidió que “Esperando a Godot” sí tenía sentido. Y no, no estoy exagerando. Porque esta actriz, modelo, directora, bruja conceptual y sobreviviente de Microteatro Veracruz no solo tiene el look de una femme fatale sacada de una novela gótica costera, sino también la osadía de hacer arte… y hacerlo bien.

La conocí en una obra de Microteatro titulada “Amanecer”, escrita por Borja Texeira y Daniel León Lacave, dirigida por Sofi Telles. En ese diminuto foro de Veracruz —donde el espectador está tan cerca que puede ver hasta el temblor de una mano— Angie McAstel interpretó a una mujer atrapada en el duelo, en la memoria de alguien que no quiere dejar ir. Actuaba junto a Martín Pérez, y juntos construían una escena íntima y desgarradora sobre pérdida y deseo. Era imposible no quedar hipnotizado. Angie no solo estaba actuando: estaba disolviendo el personaje en sí misma, haciéndote olvidar que era una obra y no una confesión real. Desde ese día, se quedó para siempre en mi memoria, como una imagen indeleble que no pide permiso para volver cuando menos lo esperas.

Nacida en el hermoso y húmedo puerto de Veracruz –donde hasta los inviernos son sexys, según ella misma declara en su Instagram con emojis tropicales–, Angie es el equivalente teatral a un mojito en la playa con tormenta eléctrica de fondo. Una combinación explosiva. Estudió actuación en la Universidad Veracruzana, que no será la Juilliard pero al menos enseña a que uno no diga “actué en Televisa” con orgullo. Ahí, entre foros universitarios, monólogos intensitos y sillas de plástico pegadas con masking tape, McAstel empezó su ascenso dramático.

Primer acto: El teatro se pone hermoso
No estamos hablando de una actriz más. No. Angie es de esas que te recita a Wajdi Mouawad con ojos llorosos y al mismo tiempo te hace sentir que deberías disculparte por no saber pronunciar su nombre. Estuvo en Incendios en 2019, esa obra donde todo es sufrimiento, maternidad, guerra, y, claro, angustia existencial. Perfecto para quienes creen que el teatro está para sangrar por dentro.

Después vinieron proyectos más pequeños pero no menos contundentes: obras de microteatro donde el público huele tu desodorante, comedias propias como “Ruido en la comunicación” (spoiler: había mucho ruido, y poca comunicación), y monólogos en donde Angie hace de bruja, loca, enamorada, o todo al mismo tiempo sin despeinarse ni dejar de parecer portada de editorial francesa.

¿Foro Shakespeare? Ahí estuvo. ¿Pastelazos en escena? También. ¿Pastorelas en Oaxaca con demonios que dan likes en redes sociales? ¿Por qué no? Ella le entra a todo, como buena artista millennial. Uno puede verla un sábado llorando en escena con música barroca de fondo, y el domingo modelando en vestido largo frente a una esfera gigante de navidad. Porque la versatilidad no está peleada con la estética, gente.

Segundo acto: Modelaje y glamour entre monólogos
Ahora, hablemos de lo evidente: Angie McAstel es hermosa. No en plan “ay, qué bonita”. No. En plan “el tiempo se detiene brevemente para admirarla y luego sigue como si nada… pero tú ya no eres el mismo, porque verla se te queda grabado en la memoria como un déjà vu que sí quieres volver a vivir”. Alta no es (gracias genética latina), pero tiene una presencia que convierte cualquier foro de mala muerte en pasarela de Milán. Su cuenta de Instagram es prueba de ello: sesiones fotográficas donde la mirada te atraviesa, reels donde la iluminación hace lo que puede pero Angie lo hace todo, y una colección de vestidos que ya quisieran las tías ricachonas del Pedregal.

Su habilidad para lucir impecable con una taza de café en mano mientras edita un guion o espera que empiece un ensayo no debería ser legal. A veces pareciera que hace teatro solo para poder vestirse elegante sin que la acusen de egocéntrica. Spoiler: no podrían. Porque Angie no solo se ve bien, sino que tiene la osadía de ser brillante, creativa y profunda al mismo tiempo. Qué molesta, ¿verdad?

Tercer acto: McBrooja, la bruja está suelta
Y como si no bastara con actuar y modelar, la señora McAstel también dirige. McBrooja Producciones es su criatura: una especie de taller creativo, cabaret digital y coven artístico donde se mezcla teatro con redes sociales, brujería con performance, y buen gusto con rebeldía.

El nombre ya lo dice todo. McBrooja. O sea, McAstel + Bruja. Si Shakespeare tuviera Instagram, seguro seguiría esta cuenta. Bajo ese proyecto, Angie ha producido monólogos, pastorelas modernas con demonios influencers, sketches y hasta cápsulas donde juega a ser mística, todo con una estética que haría llorar de envidia a cualquier directora de arte de A24.

Y sí, también tiene canal de YouTube. Ahí la puedes ver modelando en un shooting mientras tú estás viendo el video con papitas en pijama. Ella lo sabe. Y no le importa. Porque McAstel no te juzga. Solo te recuerda que podrías intentar ser mejor.

Epílogo: La escena cultural tiene nueva reina (y brilla)
Lo interesante de Angie McAstel no es solo su capacidad de hacer mil cosas (actuar, dirigir, escribir, modelar, cargar escenografía, sobrevivir a transportes de gira, subir historias estéticas, ser bruja en la ciudad), sino que lo hace con una seguridad que desarma. Y sí, lo diremos una vez más: es hermosa. Innegablemente. Pero su belleza no es solo visual. Es escénica. Es performática. Es esa clase de presencia que hace que la luz rebote distinto cuando entra al cuarto.

En un país donde el teatro a veces se siente como un hobby caro para gente con pretensiones, Angie se planta como una artista que mezcla talento, estética, crítica y una buena dosis de humor. Tiene garra, gracia y glamour. Es bruja y businesswoman. Es actriz y hechicera digital. Es Jarocha y cosmopolita. Y probablemente, en este momento, está escribiendo una obra mientras tú lees esto.

Y sí, eso también lo hace viéndose perfecta.



y además de todo lo ya dicho, es extremadamente amorosa te arropa y te guía sin egos, sin importar brechas generacionales o estatus sociales, ella comparte con amabilidad y su dulzura todo su conocimiento, es un honor poder ser parte de su camino, te amo mi querida niña MacAstel
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