Crónicas de Burrito Rosa, Volumen I: Donde la Luz se Parte

Por Burrito Rosa, Exploradora del Límite

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Esto no es un cuento.
No es una leyenda para niños ni una historia para entretener viajeros.
Esto es lo que vi. Lo que viví.
Lo que nadie está dispuesto a aceptar, aunque el mundo entero tiemble ante ello.

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I. El Silencio que Respiraba

Antes de escribir, dudé.

No por miedo.
Sino porque las palabras no bastan.

Hay cosas que deben ser sentidas en el hueso, en el eco del viento cuando el mundo calla demasiado, en la punzada que se cuela por la nuca cuando cruzas un pasillo y sabes que no estás sola.

Así empieza Kakele.
No con fuego.
Con silencio.

Y en ese silencio… había dos.

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II. Cos y Mos, la Eternidad Rota

Eran gemelos. Pero no hermanos.
No como tú y yo entendemos la sangre.
Eran existencia pura. Ideas vivas. Equilibrio encarnado.

Cos. Mos.

No tenían rostro ni forma.
Solo presencia.
Y flotaban. No en el aire, sino en el no-espacio.
Un lugar sin tiempo, sin arriba ni abajo. Un estado de ser… anterior a todo.

Pero incluso lo perfecto puede corromperse por un pensamiento.

Y un día —si puede llamarse así—, quisieron más.

Lo que sucedió después no está en ningún libro.
Yo lo descubrí en las paredes de una biblioteca hundida, cubierta de símbolos tallados con desesperación.

Entre los grabados, un nombre.
Pi.

No era una hija.
Ni un dios.
Era una grieta.
Un destello de impulso, deseo, contradicción.

Nacida del intento de Cos y Mos por crear algo nuevo.
Y al hacerlo… rompieron el equilibrio.

La explosión fue silenciosa y total.
Universos nacieron como brasas de esa chispa. Planos superpuestos, criaturas inacabadas, emociones que aún no existen brotaron del caos.

Cos se volvió luz.
Mos, sombra.
Pi… se disolvió en todo. Y sigue ahí.
Dormida. Esperando.

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III. Kebelessa: Voces entre las Ruinas

Recorrí Kebelessa por primera vez en un crepúsculo extraño.
El cielo estaba inmóvil. Las flores no se movían.
Y los aldeanos me miraban con una mezcla de compasión y advertencia.

—»No vayas al sur»— me dijeron.

Pero los caminos que valen la pena nunca están al norte.

Lo que encontré no fue solo ruina…
Fue memoria petrificada.

Allí había existido un castillo.
Sede de la realeza. De los magos. De los secretos.

Los llamados Caballeros Oscuros vivían en él.
No eran lo que el nombre sugiere. Eran nobles. Eran sabios. Y eran demasiado cercanos a la Reina.

Pero cruzaron un límite.
Experimentaban con fuerzas arcanas, con nombres prohibidos, con restos de lo que los dioses dejaron tras su fractura.

La Reina los temió.

Y en su miedo… los traicionó.

El castillo fue devorado por su propio poder.
Y la ciudad cayó.

Solo los trabajadores, los que no sabían, los que no eligieron, quedaron.
Sus descendientes son los que hoy reconstruyen Kebelessa.

Pero algo más se quedó bajo esas ruinas.
Algo que espera ser encontrado otra vez.

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IV. Siete Años de Guerra y Siete Siglos de Olvido

Muchos piensan que todo acabó con la caída del castillo.
Pero la historia que arde… sigue bajo tierra.

La Guerra de los 7 Años no fue guerra… fue exorcismo.
Un intento por sellar lo que habían desatado.

Los Caballeros y los Magos se atrincheraron.
Los Nobles y los Clanes descendieron con armas de plata y promesas de venganza.

Durante siete años, el mundo no supo nada de ellos.
Y cuando el silencio se rompió, solo quedaban ecos.
Y puertas selladas.
Y sombras que no proyectan cuerpo.

Yo entré en una de esas cámaras.
No por valentía.
Sino porque la curiosidad no me deja dormir.

Escuché gritos sin garganta.
Vi brasas que no quemaban.
Y una inscripción en la piedra:
“Cuando la séptima lágrima caiga, la guerra volverá.”

Aún no sé qué significa.
Pero ya he llorado seis veces desde entonces.

Y siempre hay algo observando… cuando lo hago.

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V. El Pergamino Que No Quiere Ser Leído

En una biblioteca sin nombre, más vieja que las raíces del mundo, encontré un pergamino.
Viejo. Vivo. Atemorizado.

Lo toqué.
Y comenzó a arder.

En una fracción de segundo, vi una frase:

“Pronuncia las palabras mágicas: utevo lux.”

Lo hice.

Y lo que vi…
no era este mundo.
Era el diseño de algo mayor.
Una red de destinos, pulsando como un corazón gigante.
Y en el centro, una figura. Sin rostro. Sin nombre.
Pero me habló.

Solo una frase:
“Ya no puedes mirar atrás.”

Desde ese día, cada sombra proyecta algo que no está allí.
Y a veces, mi reflejo se mueve antes que yo.

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VI. Bielzeboss y el Diente del Dios Toro

Hay criaturas que nacen.
Otras que despiertan.

Y unas pocas… que son escupidas por el universo para equilibrar el exceso de poder.

Bielzeboss fue una de esas.

Nacido del diente roto de Orzabal, el dios toro, su esencia está ligada al control, al dominio, a la posesión.

Puede manipular a los minotauros.
Y quizá a mucho más.

Se dice que quien obtenga su diente tendrá el poder de reescribir voluntades.

Dos humanos lo enfrentaron. Rage y Jaybee.
Fueron los primeros.
También los últimos.

Nadie sabe si murieron, si se fundieron con la criatura…
o si ahora viven en nosotros, hablando bajo nuestras decisiones más oscuras.

Yo tengo una marca desde que seguí su rastro.
No la puedo borrar.
Y a veces… arde con nombres que no dije.

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VII. El Oro que Ríe

Lo que más miedo me dio… fue el libro que parecía broma.

En una estantería brillante, un tomo nuevo.
Demasiado nuevo.

Título:

Estas no son historias.
Son advertencias.

“Cómo invertir dinero, paso 1: No soy un asesor financiero, solo soy una capybara que tuvo suerte.”

Lo tomé.

Y cuando lo cerré, estaba rodeada de capybaras.
Sonriendo.
Mirándome como si ellas supieran algo que yo no.

Una de ellas me habló.
Sin voz. Solo con pensamiento:

“El oro no es riqueza. Es una jaula.”

Y luego desaparecieron.
Pero desde entonces, cada cofre que abro…
me devuelve algo que no guardé ahí.

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Epílogo: Este no es el fin

La magia de Kakele no está en sus criaturas.
Está en sus errores no corregidos.

Yo soy Burrito Rosa.
Y esto es solo el comienzo.

Volveré a escribir.
Si es que algo… o alguien… me deja volver.

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