Elisa era una linda niña con una gran y tierna sonrisa que dejaba al aire sus dos pequeñas ventanitas entre los dientes. La señora Isabel era su bella madre de complexión algo rellenita, en verdad linda; su orgulloso padre recibía el nombre de Francisco, catedrático de profesión en la enseñanza media superior.
Vivían en una linda casa cerca del centro de la ciudad, una fachada de color blanco daba a resaltar el detalle de las plantitas florares que reposaban en maceteros de barro al frente de la casa, justo al lado de donde el padre de Isabel colocaba su carro azul.
Bien, basta de hablar de detalles tontos e insignificantes, tales como que contaban con tres pececitos en una pecera con su castillo de plástico y piedritas de colores sobre el fondo; como que la casa en la que vivían no era totalmente de ellos sino que estaban aún en trámites de pago; como que la señora Isabel había tenido un aborto por accidente antes de concebir a su preciosa hija Elisa; como que ella no trabajaba fuera de casa y se dedicaba únicamente a las labores del hogar, tales como planchar, lavar, cocinar, barrer y trapear entre muchas cosas más. También olvidémonos de detalles estupidos como el hecho de que Francisco era un hombre zurdo y de ojos grises, con dos grandes entradas en la frente y una muy gruesa voz. No vale la pena hablar de ese tipo de detalles sin importancia, como el que Isabel sufriera de lamentables ataques de depresión, olvidemos esas cosas que no importan realmente, de esos detalles tontos, y continuemos de una vez con esto para acabar pronto.
La familia iba bien, todo como comúnmente suele ser, a excepción de una cosa, algo mantenía de cierta manera preocupada o intrigada a la niña de la casa. Desde pequeña, cuando su madre la bañaba en tina, observaba como a la orilla de aquella había una cosa fea y sin forma que la hacia llorar y por ello nunca quería que fuese la hora del baño. Conforme fue creciendo observaba que aquella extraña cosa cambiaba de colores, formas y también crecía; una vez sin poder contener su curiosidad se acerco lentamente hacia “la cosa” y dijo tratando inocentemente de imitar la voz de la autoridad
-Bien, ¡mami dijo que eres jabón!, pero ¡¿Por qué estas tan feo?!
-…
-¡¿Por qué no contestas?! ¿Qué eres? ¿Por qué me asustas?
-…
-¡Ya! Deja de mirarme
La niña sin poder con la tensión tan fría y densa del silencio soltó un gran grito, preludio del llanto que alertaría a su madre e iría hacia ella sacándola en brazos del baño.
Ya un poco más grande, cuando ella sola podía bañarse sin ayuda de nadie… Era un día como cualquier otro, la pequeña estaba en el baño con su cara levantada y los ojos cerrados dejando que el agua que caía le quitase la espuma de su largo cabello negro que caía sobre su espalda, estaba a punto de terminar su baño cuando algo atrajo su mirada en la esquina de la tina, una bola extraña de retazos de jabones, fea y deforme como la recordaba de pequeña.
Sabia que ya había crecido, que ya no era una niña pequeña, que no tenia que llorar por un tonto pedazo de jabón, pero algo recorrió su cuerpo, un escalofrió le invadía el pensamiento y la piel, el miedo regresaba irracionalmente a ella. Tomó la toalla que colgaba del perchero cromado y caminando rápidamente salió del baño casi resbalando por sus pies descalzos y el mosaico mojado.
El padre de Elisa se encontraba trabajando, su madre fuera de la casa en un centro comercial a unos minutos de allí. La pequeña, en su casa sentada en la sala viendo televisión, todo estaba en paz hasta que le llegaron ganas por ir al baño, al abrir la puerta encendió la luz y se dirigió al inodoro, pero algo detuvo su paso, un ruidito extraño, su nerviosismo empezó sin darse a esperar, trató de salir, la puerta ya se encontraba cerrada y trabada por una pequeña plasta de jabón sobre el suelo. El sonido se hacia mas desesperante a cada instante hasta que se hizo obvio lo que temía Elisa; tumbando la separación existente en el baño una agigantada acumulación de jabón salió dando un horripilante gruñido, la pobre niña dando una vuelta brusca y resbalando chocó su rostro contra el lavabo, rompiendo bruscamente su nariz e inundando inmediatamente su cara de sangre, desafortunadamente no quedó inconsciente, se arrastró como pudo arrinconándose detrás del escusado, con lágrimas, mucosidad y sangre en su rostro gritaba, respiraba agitadamente, temblada desesperada por la sangre que quedaba en sus manos tratando de contener el intenso sangrado. Mientras tanto, el deforme monstruo de jabón se acercaba abriendo poco a poco su gigantesca boca que partía visiblemente su húmedo y horrible cuerpo a la mitad, un sonido de jabón malvado salía de sus adentros, la plasta azul, blanca, rosa y verde se movía y a cada segundo crecía. La niña horrorizada casi de un susto moría, pero… ¿Por qué seguía viva? Talvez el malvado monstruo sólo quería alargar su agonía en vida, quizás únicamente deseaba torturar y ver como moría sufriendo la pequeña, o simplemente aún seguía con vida porque el monstruo se movía muy perezosamente y todavía no había llegado a donde la niña para tragársela de un bocado y terminar con su existencia.
Cuando Isabel regresó a la casa llamó a Elisa para que le ayudara a sacar las cosas de las bolsas, pero… Elisa no respondía, por alguna razón la preocupación invadió el cuerpo de Isabel, cada vez pronunciaba el nombre de su hija con mayor volumen hasta llegar al umbral y gritar. Pero… nadie respondía, fugazmente sin ponerse a pensar mucho recorrió todas las habitaciones de la casa, finalmente detuvo su búsqueda cuando se paraba estupefacta y paralizada observando como de la puerta del baño un hilo de sangre salía, empujó la puerta y lo que vio… lo juro por dios que de su mente nunca se borró. Una tenebrosa combinación de sangre, espuma y jabón cubrían lo que quedaba del cuerpo de su hija, con todas sus extremidades rotas y algunas sólo siendo evidenciadas por los huesos carcomidos con rezagos de músculos y tejidos pegados a ellos, como si algún tipo de ácido los hubiese consumido. El rostro, el rostro de la niña estaba intacto, totalmente intacto a no ser por la nariz rota. La escena era escalofriante; fuera de su cuerpo y colocada sobre un deforme cuerpo hecho de pedazos de jabón, sangre y dolor… yacía la cabeza de la niña.
Autor: Roberto González Rivera