En algún lugar de un mundo desolado, vivía un hombre atormentado por las sombras de su propia mente. La tristeza y el desencanto se apoderaron de su vida, sumiéndolo en la oscuridad de un túnel sin fin. Cada día, sin fuerzas, se arrastraba hacia su vida, donde cumplía sus tareas con esfuerzo pero sin entusiasmo alguno.
Un día, mientras deambulaba por las calles solitarias, se encontró con un extraño y misterioso personaje. Este personaje lo llevó a una habitación oscura, donde le mostró un espejo mágico, capaz de reflejar sus más profundos anhelos. En ese espejo, el hombre vio una imagen de sí mismo que no reconocía: un ser más fuerte, más feliz, más libre.
Sumido en la confusión, el hombre trató de tocar su imagen en el espejo, pero sus dedos solo atravesaron el cristal. El extraño comenzó a desvanecerse, dejándolo solo y desesperado. Fue entonces cuando el hombre entendió que la imagen en el espejo no era un reflejo, sino un recuerdo, una reminiscencia del hombre que había sido antes de su depresión.
Con lágrimas en los ojos, el hombre se alejó del espejo, dejando atrás su tristeza y su soledad. Aunque el final parecía ser feliz, la incertidumbre del futuro del hombre permanecía en el aire, sin respuesta alguna. ¿Será posible que haya encontrado una cura para su depresión o solo fue una ilusión temporal? Esta pregunta quedó sin respuesta.
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