Han pasado ya más de veinte días desde aquella vez que nos vimos, nos conocíamos desde hace muchos años, conocía sus pasiones y sus demonios, también conocía mis sueños, mis pesadillas y mis vacíos. El viernes ocurrió algo diferente, vi sus ojos y noté que el tiempo había pasado, ya no eramos las mismas personas que se conocieron en la escuela, supongo que todo fue tan gradual, tan sutil y a la vez macizo que fue como no sentir el impacto de un barco que nos arrollaba mientras nos ahogábamos; pienso que notó la profundidad de mi mirada, no me preguntó qué pensaba o qué ocurría, tal vez lo sabía, me sonrió suavemente y continuó con la conversación; volví a la superficie y pude inhalar.
Aquella tarde se convirtió en noche y la ida al cine mutó en ver videoclips musicales y algunos DVD. Platicamos de tantas cosas, también hubo silencios muy cómodos, fue como si el tiempo no hubiese pasado; “quiero acariciar su cabello” me sorprendí pensando, avanzó aquella tarde fusionada con noche y sin darme cuenta de cómo, su cabeza descansaba sobre mi regazo mientras muy despacio mis dedos peinaban su cabello. Ahí estaba la sensación en mi pecho y estomago, fue igual que al verle por primera vez, de nuevo.
Había más silencios y menos palabras, la comunicación se había limitado a sonrisas, caricias sobre su cabello y a la elegante y dulce plática que mantenían nuestras manos sujetadas. No quería irme, jamás; quería habitar en aquél momento durante toda mi vida. Ya en el umbral de la puerta, con un alma dentro y otra fuera, colocó su mano sobre mi mejilla y acercándose lentamente me besó, mis labios temblaron, mi garganta se hizo un nudo y mis ojos cerrados se humedecieron.
Fin
R. Dgr.